Literatura
y filosofía a menudo se superponen, lo que da como resultado una cierta
literatura que habitualmente se caracteriza como filosófica. Sin embargo,
parece que los objetivos y el enfoque de esta última es diferente al que tiene
la filosofía. Allí donde la filosofía trata de ser objetiva la literatura
normalmente se recrea en su subjetividad, por lo que conceptos como «verdad» o
«falsedad» se acaban volviendo irrelevantes. Además, el filósofo aborda un tema
o trata de resolver un problema desde una perspectiva puramente intelectual, casi
desapasionada podría decirse, con un uso del lenguaje que trata de ser conciso
más que estético. La literatura, en
cambio, no duda en tomarse licencias artísticas y cuando trata un problema
filosófico lo hace de tal manera que el lector puede sentirse más identificado,
como ocurre en Los hermanos Karamazov o en Crimen y castigo.
a Filosofía
y la Literatura han reconsiderado su secular creencia y juicio respecto a sus
posibilidades de representar lo real. Siempre conflictivas entre sí, pocas
vacilaciones cundían, sin embargo, a la hora de entender que lo real podía ser
expresado en un proceso de producción reflectiva en la que, como en la
superficie del espejo, se reconociera lo real. Pues bien, dicha consideración,
que se remontaría al esfuerzo aristotélico, es, sin lugar a dudas, uno de los
signos fundamentales del cataclismo postmoderno que se reafirma sobre
incursiones previas y consideraciones marginales en la historia del común lugar
cultural.
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